Han pasado 26 años hasta que, en un ámbito educativo, he recibido una clase introductoria de cómo desarrollar la inteligencia emocional. Sin embargo, para la mayoría de los españoles, pasa la vida entera sin conocerla. Los psicólogos cuentan que ser
inteligente emocional supone ganar eficacia, poder y felicidad. ¿Cuáles serían
las consecuencias si la sociedad se entrenase en esta capacidad? ¿Qué efecto en
la productividad tendría si los trabajadores fuesen más eficaces, poderosos y
felices?
El sistema educativo se centra en los conocimientos teóricos lógicos y racionales pero no se enfoca apenas
o nada en las emociones. Poco sirve conocer mucha teoría si no hay estabilidad
emocional para ponerla en práctica. Se sabe que la depresión es una limitación
para las actividades de la vida diaria, entre ellas el trabajo. ¿Cuántas bajas
laborales se podrían evitar si tuviésemos más inteligencia emocional? ¿Cuántos
conflictos evitaría un director de hospital con sus trabajadores si todos tuviesen
más inteligencia emocional? ¿Potenciaría una mayor inteligencia emocional la
motivación intrínseca de los médicos?
Es lógico pensar que los efectos serían positivos. La
inteligencia emocional permite ser consciente de nuestras emociones y las de
los demás; tolerar mejor las presiones y frustraciones; y trabajar mejor en equipo,
adoptando una actitud empática y social.
A finales de los años 90 empezaron a surgir publicaciones
que describían la relevancia de una buena relación médico-paciente como un
indicador esencial de la calidad del sistema sanitario.
El Accreditation Council for Graduate Medical Eduation, un
organismo que acredita en Estados Unidos la docencia de grado, establece seis competencias
claves del médico graduado: el cuidado del paciente, conocimiento médico,
aprendizaje basado en la práctica, destrezas interpersonales y de comunicación,
profesionalismo y práctica basada en el sistema. En este sentido la
inteligencia emocional es clave para organizar las
habilidades vinculadas con las destrezas interpersonales y de comunicación en
el ámbito de la profesión médica.
Tamblyn y colaboradores realizaron un estudio donde vieron
que los médicos cuyos resultados en la prueba de habilidades de comunicación
estaban en el cuartil inferior, tuvieron un riesgo significativamente mayor de
denuncias por parte de los pacientes. Otros estudios también han relacionado la
buena comunicación en el acto médico con una mayor adherencia al tratamiento y
mayor nivel de satisfacción.
A continuación expongo brevemente las 9 distorsiones de
los pensamientos más frecuentes que nos conduce a una mala gestión de las emociones.
- Filtro mental: un detalle negativo nubla los demás aspectos de la realidad, de manera que el resto las circunstancias se filtran a través de un aspecto aislado negativo. Para evitarlo hay que identificar los aspectos positivos para reforzarlos y los negativos para cambiarlos.
- Etiquetación: se analizan los comportamientos como si fuesen un rasgo de personalidad, haciendo caso omiso de las causas reales de aquel comportamiento. Ante esta distorsión hay que remitirse a los hechos y averiguar la causas de los comportamientos
- Generalización: uso equivocado del “siempre”,”todo”,”nunca”, “nada”, “jamás”, “imposible”… cuando realmente no es así. Se evita el error matizando y concretando.
- Catastrofismo: pensar que van a ocurrir eventos negativos poco probables. Aquí hay que calcular la probabilidad real, tomar medidas para evitarlo y tener un plan B.
- Lectura mental: dar por hecho que sabemos lo que piensan los demás y/o las razones de su comportamiento sin tener pruebas de ellas. No hay que prejuzgar y sí hay que comprobar las hipótesis.
- Dramatización: exagerar los puntos débiles, subestimar los puntos fuertes, exagerar la importancia de los errores. Ante la dramatización hay que evitar los adjetivos y expresiones exageradas.
- Comerse marrones: asumir toda la responsabilidad de un problema cuando no es cierto. Se resuelve identificando y desprendiéndose de lo que no es propio y asumiendo sólo lo que sí es de uno.
- Lavarse las manos: no asumir ninguna responsabilidad ante un problema. Lo correcto sería asumir las propias responsabilidades.
- Uso del debería: convertir los deseos en obligaciones. Tener creencias mantenidas en forma rígida e inflexible acerca de cómo debería ser uno y los demás. La solución consiste en separar los deseos de las obligaciones.
Todas estas distorsiones cognitivas pueden dar lugar a malos
resultados en la praxis médica. Por ejemplo, un médico durante su consulta, puede dar por hecho que un paciente
es un “quejica”, que le hace perder el tiempo siempre en las consultas y que
viene por aburrimiento. En esta situación se distorsiona el pensamiento con la etiquetación, la generalización y la lectura mental. De esta forma aumenta el riesgo de que
se le escape algún aspecto de vital importancia en la anamnesis, lo cual conduciría a un incorrecto diagnóstico y a todas sus consecuencias.
Como en el entorno de trabajo son constantes la relaciones interpersonales y la comunicación, creo que un médico con mayor inteligencia emocional
podría conseguir un mejor desempeño en los servicios sanitarios. Es
necesario cambiar el concepto que culturalmente tenemos de inteligencia e introducir en ella la capacidad para gestionar de forma correcta las emociones. Hay una gran oportunidad de mejora si se
incluyera en el sistema educativo el desarrollo de esta capacidad.
Para saber más:
http://emotional.intelligence.uma.es/documentos/IE_para_medicos.pdf
Inteligencia emocional. D. Goleman, Kairós, 1996.