Tuesday, April 5, 2016

Inteligencia Emocional: una inversión rentable.

Han pasado 26 años hasta que, en un ámbito educativo, he recibido una clase introductoria de cómo desarrollar la inteligencia emocional. Sin embargo, para la mayoría de los españoles, pasa la vida entera sin conocerla. Los psicólogos cuentan que ser inteligente emocional supone ganar eficacia, poder y felicidad. ¿Cuáles serían las consecuencias si la sociedad se entrenase en esta capacidad? ¿Qué efecto en la productividad tendría si los trabajadores fuesen más eficaces, poderosos y felices?

El sistema educativo se centra en los conocimientos teóricos lógicos y racionales pero no se enfoca apenas o nada en las emociones. Poco sirve conocer mucha teoría si no hay estabilidad emocional para ponerla en práctica. Se sabe que la depresión es una limitación para las actividades de la vida diaria, entre ellas el trabajo. ¿Cuántas bajas laborales se podrían evitar si tuviésemos más inteligencia emocional? ¿Cuántos conflictos evitaría un director de hospital con sus trabajadores si todos tuviesen más inteligencia emocional? ¿Potenciaría una mayor inteligencia emocional la motivación intrínseca de los médicos?

Es lógico pensar que los efectos serían positivos. La inteligencia emocional permite ser consciente de nuestras emociones y las de los demás; tolerar mejor las presiones y frustraciones; y trabajar mejor en equipo, adoptando una actitud empática y social. 

A finales de los años 90 empezaron a surgir publicaciones que describían la relevancia de una buena relación médico-paciente como un indicador esencial de la calidad del sistema sanitario.

El Accreditation Council for Graduate Medical Eduation, un organismo que acredita en Estados Unidos la docencia de grado, establece seis competencias claves del médico graduado: el cuidado del paciente, conocimiento médico, aprendizaje basado en la práctica, destrezas interpersonales y de comunicación, profesionalismo y práctica basada en el sistema. En este sentido la inteligencia emocional es clave para organizar las habilidades vinculadas con las destrezas interpersonales y de comunicación en el ámbito de la profesión médica.

Tamblyn y colaboradores realizaron un estudio donde vieron que los médicos cuyos resultados en la prueba de habilidades de comunicación estaban en el cuartil inferior, tuvieron un riesgo significativamente mayor de denuncias por parte de los pacientes. Otros estudios también han relacionado la buena comunicación en el acto médico con una mayor adherencia al tratamiento y mayor nivel de satisfacción.

A continuación expongo brevemente las 9 distorsiones de los pensamientos más frecuentes que nos conduce a una mala gestión de las emociones. 

  • Filtro mental: un detalle negativo nubla los demás aspectos de la realidad, de manera que el resto las circunstancias se filtran a través de un aspecto aislado negativo. Para evitarlo hay que identificar los aspectos positivos para reforzarlos y los negativos para cambiarlos.
  • Etiquetación: se analizan los comportamientos como si fuesen un rasgo de personalidad, haciendo caso omiso de las causas reales de aquel comportamiento. Ante esta distorsión hay que remitirse a los hechos y averiguar la causas de los comportamientos
  • Generalización: uso equivocado del “siempre”,”todo”,”nunca”, “nada”, “jamás”, “imposible”… cuando realmente no es así. Se evita el error matizando y concretando.
  • Catastrofismo: pensar que van a ocurrir eventos negativos poco probables. Aquí hay que calcular la probabilidad real, tomar medidas para evitarlo y tener un plan B.
  • Lectura mental: dar por hecho que sabemos lo que piensan los demás y/o las razones de su comportamiento sin tener pruebas de ellas. No hay que prejuzgar y sí hay que comprobar las hipótesis.
  •  Dramatización: exagerar los puntos débiles, subestimar los puntos fuertes, exagerar la importancia de los errores. Ante la dramatización hay que evitar los adjetivos y expresiones exageradas.
  •  Comerse marrones: asumir toda la responsabilidad de un problema cuando no es cierto. Se resuelve identificando y desprendiéndose de lo que no es propio y asumiendo sólo lo que sí es de uno.
  • Lavarse las manos: no asumir ninguna responsabilidad ante un problema. Lo correcto sería asumir las propias responsabilidades.
  •  Uso del debería: convertir los deseos en obligaciones. Tener creencias mantenidas en forma rígida e inflexible acerca de cómo debería ser uno y los demás. La solución consiste en separar los deseos de las obligaciones.

Todas estas distorsiones cognitivas pueden dar lugar a malos resultados en la praxis médica. Por ejemplo, un médico durante su consulta, puede dar por hecho que un paciente es un “quejica”, que le hace perder el tiempo siempre en las consultas y que viene por aburrimiento. En esta situación se distorsiona el pensamiento con la etiquetación, la generalización y la lectura mental. De esta forma aumenta el riesgo de que se le escape algún aspecto de vital importancia en la anamnesis, lo cual conduciría a un incorrecto diagnóstico y a todas sus consecuencias. 


Como en el entorno de trabajo son constantes la relaciones interpersonales y la comunicación, creo que un médico con mayor inteligencia emocional podría conseguir un mejor desempeño en los servicios sanitarios. Es necesario cambiar el concepto que culturalmente tenemos de inteligencia e introducir en ella la capacidad para gestionar de forma correcta las emociones. Hay una gran oportunidad de mejora si se incluyera en el sistema educativo el desarrollo de esta capacidad. 



Para saber más: 

http://emotional.intelligence.uma.es/documentos/IE_para_medicos.pdf
Inteligencia emocional. D. Goleman, Kairós, 1996.